Febrero 2024
Atlántico · Oporto, Portugal. 2017
Gelatina de plata, 26x26 cm, edición limitada a 30 copias.
"Me encanta como el mar ama la orilla: ¡Dulce y furiosamente!".
Federico de Roberto, 1861-1927
"Lo único que nos brinda el mar son golpes duros y, a veces, la posibilidad de sentirnos fuertes".
Christopher McCandless, 1968-1992
Siempre procuro aprender lecciones de la naturaleza, es algo que me fascina, y quizás sea el mar uno de los elementos que más pueden equipararse a las vicisitudes de la vida.
El mar puede dar al hombre todo lo bueno que hay en él, convirtiéndose en su sustento y fuente de felicidad en muchos aspectos, pero también puede arrebatárselo todo. Puede mecernos en calma o puede mostrar una terrible furia, sacudiéndonos como una minúscula partícula.
Pero, ¿esta dualidad hace perverso al mar? En absoluto. Maldecir al mar es como maldecir a la vida, un sinsentido, pues no es la vida, ni es el mar, sino las circunstancias y cómo las afrontamos.
El mar no castiga las rocas al chocar contra ellas, las esculpe y les da forma. Los acantilados y las playas no serían como son si no hubieran resistido cada embestida de las olas, moldeando su carácter. Donde algunos ven una lucha constante de los elementos, yo veo un binomio rítmico y acompasado. Donde el agua salada parece solo erosionar las cavidades de la roca, yo veo afinidad, como los cuerpos entrelazados de los amantes, tiernos y apasionados en un mismo instante.
Al igual que los acantilados, somos rocas enfrentando el oleaje y la adversidad, y es precisamente esto lo que imprime nuestro carácter.
Somos el resultado de las tempestades vividas.
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